19 dic 2012

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Tu nombre es Mateo, y esta es una mañana como cualquier otra. No hace mucho que empezaron tus vacaciones de verano, así que te levantas sabiendo que podrás hacer lo que quieras hoy y divertirte con tus amigos. Habías quedado ayer que irías a la casa de tu mejor amigo Germán, quien vive a solo unas pocas cuadras de distancia, por lo que te tomas todo tu tiempo en comer ese rico almuerzo que preparó tu madre, ya que sabes que no tardarás nada en llegar. Pero no puedes esperar para ir a verlo. La noche anterior, él te había llamado por teléfono para decirte que algo extraño había sucedido en su jardín trasero, pero no te había dicho qué, te lo enseñaría cuando vayas hoy, a la hora de la siesta. Sonó sorprendido, emocionado, exaltado: seguramente debía de ser algo sensacional. Por lo que ni bien terminas de comer, te empiezas a emocionar tú también y le pides permiso a tu madre para ir. Ella responde que aún era temprano, y que no te convendría ir a jugar sin antes esperar un poco para que te baje la comida…

Eso no te causa ni la menor gracia, pero sabes que te conviene obedecerla. Vas a buscar tu bicicleta al garaje, y la sacas afuera para estar listo. Vuelves adentro, metes la pelota en tu mochila, empacas tu traje de baño por si te invita a su pileta, y te pones tu gorra preferida. Decides ayudar a tu madre a levantar la mesa y limpiarla, en caso de que así te deje irte antes, cosa que sale tal cual lo has planeado.

Bueno, gracias, mamá…me voy entonces le dices.

Bueno hijo, anda, pero recuerda no volver muy de noche.

Está bien, volveré temprano le contestas, para tomar tu mochila, tu bici, y salir en dirección a lo de tu amigo. Estás tan emocionado que llegas en cuestión de lo que crees fue un minuto. Germán, tu fiel amigo de la escuela, es quien te atiende la puerta y ni bien te ve, luego de saludarte, te hace señas de que guardes silencio, puesto que sus padres ya se encontraban durmiendo. Él te hace pasar a su casa, la cual siempre te pareció muy bonita, ordenada y limpia. Sus padres eran buenos con él y le daban todo porque era su único hijo, contrario de ti, hermano mayor, que siempre debías de compartir todo con tus hermanos.

Él no espera más. Está tan, o más emocionado y exaltado que tú. Lo ves temblar, parece nervioso, ansioso…todo el tiempo desde que te abrió la puerta, te condujo por su sala de estar, la cocina, y ahora mientras abría la puerta que daba al patio, lo viste inquieto. Sea lo que sea que tiene para enseñarte, lo tiene enloquecido completamente.

— ¿Qué sucede, Germán? ¿Qué es lo que tenías que mostrarme? ¡Cuéntame!

—Espera, Teo, aguarda…—te contesta, tan nervioso que no puede hacer entrar la llave por el cerrojo. Se la sacas de la mano y la abres tu mismo, logrando sacarlos a ambos afuera. El jardín de su casa era enorme, tanto como el de la casa de tu abuela, o quizás aún más.


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