La desesperación se apodera de todos. Las sirenas se han
detenido en frente de la casa, se escucha un lejano sonido de un helicóptero y
pasos en la entrada. Las cosas van de mal en peor. Y de pronto, cuando creen
que no pueden lidiar más con los nervios, se escuchan golpes en la puerta: son
los federales.
— ¡Abran la puerta, es un asunto federal! —se escucha, al
tiempo en que muchas manos dan golpes tan fuertes que pueden oírse desde el
patio. Se oyen armas, puertas de autos abriendo y cerrándose tras gente que
corre hacia la entrada.
— ¡Ya es tarde, chicos! ¿Qué vamos a hacer? —dice Facundo,
caminando para todos lados.
— ¡Hay que destruir este también, es la única salida! —anuncia
tu amigo. Puedes ver en su rostro que sus ojos están idos, está transpirando y
crees que los nervios lo tienen apoderado— ¡Dámelo, yo me ocuparé de él!
Y Germán le saca el aparato al dueño de la casa. Ves que está
dispuesto a destruirlo también, pero algo te dice en tu interior que no debe
hacerlo, pero a la vez…parece ser la única salida, la única forma de salir
libres de ello.
— ¡Tiraremos la puerta abajo! ¡Sabemos que están ahí! —gritan
las autoridades. La adrenalina aumenta y el tiempo se acaba…estás desesperado
porque algo ocurra, pides un milagro pero sabes que nadie podrá salvarlos de
ésta más que ustedes mismos. Entonces, haces lo primero que se te viene a la
mente.
Le quitas el aparato a tu amigo, quien estaba a punto de
echarse a correr hacia la piscina, pero él lo sostiene contra sí: él ha tomado
una decisión. Ambos forcejean con la máquina en sus manos, tironean para un
lado y para el otro. El aparato enloquece también, los números bailan
frenéticos en la pantalla, con el tironeo están presionando botones, activando
comandos, encendiendo y apagando las pequeñas luces de la máquina, logrando que
ésta emita sonidos de interferencia.
— ¡Déjalo, maldita sea, Germán! ¡Nos matarás a todos! —forcejeas.
Estás nervioso, tienes miedo, y no lo vas a soltar, pero tu amigo tampoco. La
puerta de la entrada se abre con un estruendo y policías comienzan a entrar.
Todos enloquecen, y ambos tiran con todas tus fuerzas del aparato, pero tu
amigo lo tiene tan sujetado que sus manos resbalan, y el artefacto cae al
suelo. Como si vieras todo en cámara lenta, escuchas un último sonido que emite
el aparato de Facundo al caer al suelo, uno que te da la idea de que estallará,
que ha hecho cortocircuito o que se ha roto fatalmente. Pero en un lugar de
eso, al tiempo en que ves que los policías salen al patio y comienzan a correr
los metros que los separan de ustedes, una luz sale de la máquina y todo
comienza a girar a tu alrededor. Y en ese remolino de imágenes del patio, la
piscina y los oficiales, se comienzan a intercalar imágenes de montañas,
desiertos, y un cielo oscuro y nublado.