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En un arrebato de adrenalina te decides por usar a tu rehén
en tu favor y apoyándote en el mostrador le asestas una patada que lo lanza
contra sus compañeros haciendo que estos inmediatamente bajen la guardia para
ayudar a ponerse de pie a los que con el golpe fueron derribados. En ese
preciso instante, Germán te mira esperando tu señal y antes de que pase
siquiera un segundo le gritas:
— ¡Ahora! —y sin más preámbulos, vos y tu amigo abren fuego
contra los extraterrestres y antes de puedan contraatacar, ustedes dos se
separan y comienzan a esquivar los disparos mientras con gran efectividad
logran atinarle a todos sus enemigos. Uno por uno, haciendo que los láseres
emitidos por sus armas abran grandes agujeros en los viscosos cuerpos en los
que impactan, terminan todos tirados en el suelo, despidiendo un líquido verde
fosforescente de sus entrañas.
— ¡Deja uno vivo! —le pides a tu compañero, y tras recorrer
la nave rodeando a la cilíndrica estructura en el centro y reunirse de nuevo,
él toma a uno desarmado, el último sobreviviente, y lo acorrala contra uno de
los mostradores computarizados.
— ¡Queremos nuestro aparato, y si no querés terminar como
todos ellos más te vale que nos digas dónde está! —le gritó Germán. La criatura
a la cuál apuntaba su arma te causó algo de lástima. No te hubieras creído
capaz de haber matado a todas esas criaturas, ni capaz de matar a ese último
espécimen también si no les decía donde estaba el artefacto, pero entonces
recuerdas que fue en su propia defensa porque los pensaban atacar, por lo que
tu sentimiento de culpa no permaneció mucho más. El alienígena, aparentemente
entendiendo sus palabras, les señaló la estructura cilíndrica en el medio de la
nave y ustedes van corriendo hacia allí, dejándolo solo. Al dispararle a la
pequeña computadora que pedía una contraseña, la puerta de la estructura se abrió,
y reposando en el centro de ésta, allí estaba el artefacto foráneo, conectado a
la nave mediante cables que hacían que emitiera luces y dígitos al azar en el
visor encima de sus botones.
—Tenemos que sacarlo—le dices a tu amigo.
— ¿Y si pasa algo? ¿Qué pasa si le da energía a la nave o si
al desenchufar los cables lo terminamos rompiendo? —te contesta, dejándote
pensando. De pronto, antes de que pudieran decidir qué hacer, el alien que
habían dejado con vida se las había arreglado para hacerse con un arma y ahora
les había comenzado a disparar. Ustedes de inmediato intentan salir de la
trayectoria de sus ataques, pero Germán vuelve rápido y comienza a desconectar
el artefacto de la base, y mientras lo hace, su enemigo aprovecha y le dispara
en su hombro derecho, haciendo que grite de dolor.
— ¡NO! —gritas tú enojado, y descargas las pocas municiones
que te quedan en el último extraterrestre. En seguida socorres a tu amigo y le
quitas el aparato de sus manos para que no tenga que hacer fuerza y lo
observas. Se ve pálido y lo sientes muy débil. Quién sabe qué disparaban esas
armas nocivas, fuera de todo lo conocido. ¿Sería posible que estuvieses en
graves problemas otra vez? ¿Qué pasaría si esos láseres eran, de algún modo,
infecciosos, venenosos?