Se quedan dubitativos solo un segundo más, hasta
que tomas del brazo a Germán y, tomando a la vez la delantera, decides ir con
la ayuda del bote hacia río abajo. Corren los diez metros hasta el árbol en el
que el bote está amarrado y mientras vos lo desatas, el se sube y alista los
remos para poder salir cuanto antes. No tardas demasiado pero no resultó ser un
nudo muy fuerte, y te subes también al bote, no sin antes asestar una patada a
la orilla para impulsarlos hacia las aguas. Cuidando de que el Artefacto Foráneo
permanezca seco y a salvo, vos y Germán, él a su manera con su brazo débil,
reman lo más rápido que pueden con la corriente. Ésta se muestra de gran ayuda,
porque solo un minuto después se encuentran lo bastante lejos como para oír muy
distantes los chapoteos en el agua que indican que los soldados intentaron
cruzar. El avance es muy rápido, y tienes la corazonada de que elegiste bien
qué camino seguir, al igual que tu amigo.
— ¡Vamos muy bien,
Teo! Acá no nos van a poder atacar porque quieren el aparato, y si disparan y
el bote se hunde o se salpica, su plan se va a arruinar al igual que el
artefacto. Solo nos queda esperar a que aparezcan y doy la señal por el walkie-talkie para que se active el programa que nos va
a sacar de este embrollo. No puede pasar mucho más tiempo—te dice con confianza, alegría. Está tan equivocado que hasta vos te
das cuenta cuando, minutos después, nadie aparece. Siguen avanzando solos, cada
vez más rápido, sin oír ni ver más que agua bajo ustedes y un espeso follaje a
sus lados. El viento frío, la corriente aumentando, el miedo acudiendo a
ustedes otra vez, nada cambia. Ellos no van a aparecer, ¿o sí? Antes deseabas
que se fueran lo más lejos posible de vos, ahora estás rogando por verlos.
— ¿Y si no vienen? —Le
preguntás preocupado. — ¿Y si
nos perdieron el rastro? ¿Qué vamos a hacer? —Tus dudas no son infundadas, y por la cara de esta versión futura de
tu amigo, las de él tampoco. Ellos no van a aparecerse. Para empeorar las
cosas, tu corazón da un vuelco y tu estómago se estruja dentro de ti al ver
algo que te asusta y hace abrir tus ojos como platos, no pudiéndolo creer: el
arroyo desemboca en una cascada, y están acercándose cada vez más cerca a la
caída mortal que abajo los espera. Nada que puedan hacer con los remos los va a
ayudar, compruebas, y mirarse el uno al otro atragantados con el terror en sus
gargantas, mucho menos. Para tu sorpresa, que te veías ideando un plan rápido
para salir de ese embrollo incluyendo intentar arrojarse al agua sin el
artefacto y nadar hasta la orilla, una proeza improbable; los soldados sí
aparecen. Visten trajes especiales para resistir el frío, todos camuflados, y
portan armas grandes y peligrosas, aunque te hacen pensar en que tal vez
tendrás que elegir pronto cómo morir en lugar de si hacerlo o no. Las balas, el
artefacto estallando, las rocas filosas allí abajo… ¿hay alguna opción? Los
militares se hacen paso entre las ramas y apuntan sus armas hacia ustedes, pero
el ruido del agua al caer por el precipicio te aturde y no podes escuchar sus
órdenes. Aunque sí estas lo bastante cerca de Germán como para oírlo a él,
mientras el bote sigue veloz.
— ¡Ahora, Mateo, ahora! —grita él, pero nada ocurre. La cascada está a
diez metros, a siete, a tres. Nada ocurre. Los soldados se miran incrédulos,
pero ustedes ya no están. El bote los arrastró tan rápido que nada pudiste
hacer. Ves un destello cegador de luz, escuchas un ¡boom!, y luego…