Te acercas
a la puerta, procurando hasta no respirar demasiado alto para poder escuchar
algo, y en eso un comunicador te sobresalta y reproduce la voz del Capitán
desde el otro lado de la compuerta. “Mateo, ya es seguro salir, ven con
nosotros” dice. ¿Te pareció o por un momento su voz sonó rara? No le das mucha importancia.
Más importante fue el mensaje. Sin dejar que pase más tiempo, abrís la
compuerta sonriente, contento de que todo haya terminado y esperando ansioso
reencontrarte con Germán para solucionar su situación y que no quedaran
peleados…pero allí afuera no hay nada que te haga mantener esa sonrisa. Si hace
algo, es borrártela del todo y reemplazarla por una mueca de horror y un grito
ahogado. Veinte o treinta Kózkoros están allí afuera, imponentes y asquerosos,
y sus reptiles y escamosas manos sostienen armas apuntando a las cabezas del
Capitán, Germán, la enfermera y varios otros tripulantes de la nave.
—Lo siento,
Teo, ellos nos obligaron. No tienes idea de cómo nos torturaron, yo…—empezó el
Capitán, pero la presión de la pistola sobre su cien aumentó, haciéndolo
callar. ¿Torturas? ¿Qué cosa tan mala les podrían haber hecho para que lo
entregaran, o peor, para hacer que el Capitán hablara con ese tono de súplica,
miedo y dolor? No hay más tiempo para pensar, porque un aparato que simula ser
un collar colgando del cuello de uno de los Kózkoros comienza a traducir los
guturales sonidos de los alienígenas y órdenes en un perfecto pero terrible e
igual de sombrío español comienzan a llegar a tus oídos.
—Entrégate, terrícola, o pagarás las
consecuencias. No tiene sentido correr. No hay dónde ir—dice la voz, y vos
te quedas paralizado. Ellos aprovechan la oportunidad para ponerte sus viscosas
manos encima, inmovilizar tus manos detrás de tu espalda y detenerte un arma
sobre tu cabeza, obligándote a comenzar a caminar junto a ellos. Por más que el
miedo no te hubiera hecho quedarte quieto, ¿realmente hubieras hecho otra cosa?
Lo dudas. Admitirlo es terrible, de pesadillas, pero tienen razón: no tiene
sentido correr, no hay dónde ir. Tratas de compartir una mirada con tu amigo o
con alguien, pero en seguida te arrepentís de haber mirado con detenimiento el
rostro de los demás prisioneros. Tienen aspecto de haber sufrido algo horrible,
pero no tienen marcas de heridas o tortura física. ¿Qué tenebrosa manera tendrían
esas criaturas de torturar? ¿Con qué armas corromperían la voluntad de hombres
mayores y experimentados como el Capitán y sus soldados? Creías que ellos eran
los fuertes y que los Kózkoros no eran muy inteligentes, pero resultó ser al
revés. Mientras sacas todas esas conjeturas, los alienígenas los conducen por
una nave en ruinas, totalmente destrozada, hasta que llegan a una compuerta con
un puente hacia otra nave. Por aquí es por dónde habrán entrado a la nave
—pensás—, pero es tarde para planear cómo podrían haber evitado que los
hostiles huéspedes indeseados ingresaran. Sin detenerse, los guían hasta su
nave —una horrible fortaleza maloliente y diabólica—, y tras pasar por un
pasillo en penumbras, un elevador diminuto y chirriante, y una cámara de tortura
que provoca gritos de terror en tus compañeros, se detienen en lo que parece un
calabozo. Los encarcelan en prisiones individuales que permiten poco
movimiento, y apagan las luces tras ellos, carcajeando como cocodrilos
hambrientos. La nave se marcha lejos de allí y ya no se detiene…
FIN.