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de la página 73)
Pero como ve que a la pregunta que él hace nadie responde salvo con
serias negaciones y comentarios por lo bajo como “creo que está todo dicho” y
“a mí me parece bien el plan”, retoma la batuta y el Capitán afirma: — ¡Excelente! Ni bien vuelva el
equipo científico de tomar las muestras y realizar las pericias necesarias,
partiremos de inmediato. Escolten a los terrícolas a sus habitaciones—pide él,
y tras varios apretones de manos y saludos vigorosos, a ustedes los llevan
hacia dos camarotes contiguos pero deciden quedarse en uno solo, por el
momento, para charlar.
— ¿No escuchaste si alguno dijo
cuánto tiempo iba a tomar el viaje? —Inquiere Germán, tomando un objeto de
decoración de una repisa en tu cuarto y observándolo minuciosamente. Antes de
que vos respondas, él ya perdió interés en la esfera metálica de base cuadrada
y ya está mirando por la ventanilla pequeña hacia el estrellado exterior.
—No, yo solo espero que no sea
mucho tiempo. No aguanto más para que esta locura se termine—contestás, aunque
él al principio parece no haberte escuchado. Sus ojos vagan por los cosmos y
vos te acercas para ver el bellísimo paisaje y recién cuando están más cerca y
basta con un susurro para hablarse, te
responde:
—Si estoy loco, por ahí no
sería tan malo estarlo—sentencia, y aunque sus palabras choquen con tu sentido
común, la infinita salpicadura de estrellas brillantes contra el negro vacío te
pone a pensar también en algunas cosas y reconsiderarlas. Cuando salen de su
ensimismamiento deciden encontrar algo para pasar el tiempo y encuentran una
serie de videojuegos puestos para su disfrute en su estancia en la nave. Un
enorme rectángulo en la pared hace las veces de joystick y de pantalla, y pasan
unas largas horas jugando a carreras, batallas contra monstruos y aventuras en
3-D de todo tipo. Les informan, luego de un rato, que el viaje va a durar
apenas unas cuantas horas y que a pesar de ello, deberían intentar dormir
porque sus relojes biológicos pronto se lo pedirían, y tras un rato más de diversión,
Germán finalmente se va a su cuarto y las luces se apagan en el tuyo para
ayudarte a dormir. La cama es muy cómoda y calentita, casi como si se adaptara
a tu propio cuerpo y a tus necesidades, y por momentos te parece que produce un
efecto relajante y de masaje. Sea como sea, finalmente te quedas dormido y
desconocés cuanto tiempo pasa hasta que abrís perezosamente los ojos, pero te
sentís como nuevo. La computadora enciende las luces cuando vos pareces
necesitarlo y las va a ajustando según la luz que puedan soportar tus ojos.
Todo una delicia. Te das una ducha larga de agua caliente, encontras ropa
limpia para ponerte, y te arreglas un poco los pelos antes de salir. Germán
está fuera de tu pieza con una mano levantada, como si justo estuviera a punto
golpear, y por poco te golpea la cara del susto que se pegó.
— ¿Tenes idea de qué hora será?
Tengo un hambre—te dice luego de reír por el encontronazo. Vos le contestás que
estas igual que él y los dos deciden ir hacia donde creen que puede estar el comedor,
pero en el camino se pierden un poco por la enorme cantidad de pasillos que hay
en la nave. Llegan a un punto en el cuál no tienen idea ni de dónde están, ni
de cómo regresar tampoco.
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