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Vos pensas que la mejor opción para ustedes es ir con ese tal Ulises
que el señor Montacna les mencionó,
aquel hacker capaz de pinchar un satélite y ayudarlos a tomar represalias a
nivel mundial. Sabes que optar por ello es ir por el todo o nada y que las
consecuencias de esa decisión podrían ser catastróficas, pero a la vez sabes
que es lo correcto y que en el lío en el que están metidos, ya nada podrá ser
fácil de ahora en más. No al menos hasta que ustedes ganen esta batalla de la
manera en la que eso tenga que ser. Solo esperas que la recompensa de todo el
esfuerzo y el peligroso camino en el que están a punto embarcarse valgan toda
la pena. Como aparte de saber qué tan complicado será todo a partir de ahora,
sabes también que el tiempo no está de su parte, procuras convencer a tus dos
amigos a que te acompañen, y cuando los tres están listos, el señor Montacna
les da sus dos artefactos. Ustedes colocan las coordenadas que él les dicta y
cuando se disponen a irse, él les dice “Buena suerte, muchachos”, y a ustedes
solo les basta presionar un botón para marcharse. Una última mirada entre
ustedes tres, una más al señor que ahora los saluda y asiente en un intento de
brindarles confianza, y sin más preámbulos, desaparecen del umbral de la puerta
en esa casa, alejada de todo, con un rumbo desconocido.
Cuando la luz emitida por los artefactos se desvanece y ustedes
pueden entornar los ojos hacia el nuevo paisaje, al principio creen que de
pronto se hizo de noche. Sin embargo, fijándose mejor en lo que los rodea, al
instante se dan cuenta de eso no es así. Se encuentran en el patio de una casa,
en el exterior, pero bajo una media-sombra cubierta de enredaderas que deja
pasar muy poca luz del sol. Ahora que no están más acostumbrándose al repentino
abandono del cegador resplandor emitido por los aparatos que llevan en las
manos, no está tan oscuro como creían, pero sí resulta bastante sombrío. Detrás
de ustedes se encuentran unas puertas grandes como de la entrada de un garaje,
bajo sus pies están las marcas de un vehículo que no pueden ver, y frente a
ustedes la entrada a una especie de cobertizo. A los lados hay paredes de
ladrillo, por lo que evidentemente no hay otro lugar dónde ir salvo esa puerta
de madera hacia la construcción al final de la casa que tampoco está por el
momento visible. Los tres recorren los metros que les quedan hasta allí y
golpean un par de veces, para luego aguardar.
—No creo que haya alguien ahí,
parece abandonado—acota Germán luego de un minuto que les parece interminable,
mientras miraba por la única ventana del cobertizo y se encontraba con que ésta
estaba tan cubierta de polvo y adentro estaba tan oscuro que ver para dentro
era como asomarse a un abismo.
—Por ahí no nos escuchó—responde
Facundo, golpeando más fuerte incluso y gritando “¡Hola, ¿hay alguien ahí?!
¡Nos envió el señor Montacna!”, pero de nuevo no obtuvo ninguna respuesta, ni
sonido, ni nada. ¿Sería ese el lugar correcto? Cuando
estaban a punto de volverse e intentar salir por las puertas del garaje,
finalmente desde el cobertizo habla una voz débil y pregunta:
— ¿Mateo, Germán y Facundo?
¿Son ustedes? ¿Cómo van a hablar así de alto a la luz del día? ¿No se dan
cuenta de que alguien los podría haber escuchado?—dice, y les abre la puerta
con sigilo.
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