Como vos y Germán apoyan la idea de este
último, Facundo no tiene más que aceptar el plan y ayudarlos. A vos te parece
que de tus tres opciones, esta es la que mejores resultados podría dar.
—Bien, hay que actuar juntos, usar una
buena estrategia y sobre todo rápido, ¿sí? Y aunque podríamos amenazar a los
oficiales con usar el Artefacto, podríamos no mencionarlo directamente ni
mostrárselo a la familia, porque de hacerlo, los estaríamos exponiendo a los mismos
peligros de los cuales los estamos intentando salvar. Con solo aparecernos
delante de ellos desde ese arbusto servirá para darles una buena sorpresa, ya
que deben seguir asombrados por la escenita que armamos en el pasado hace un
rato —decidís, a lo que Facundo reprocha:
— ¿Y qué les vamos a decir? Tendríamos
que tener preparadas unas líneas o algo, ¿no?
—Creo que no hay mucho tiempo que
perder, tendremos que improvisar—razonas, lo que tu amigo secunda. — ¡Vamos,
podemos terminar esto de una vez! —Y con los espíritus en alza, los tres
primero salen sigilosamente por la puerta de entrada de la casa y avanzan
agachados y pasando desapercibidos hasta ubicarse detrás de un arbusto en las
cercanías de los oficiales. Cuentan hasta tres mediante señas, y con Facundo
haciéndose cargo de permanecer detrás de ustedes dos con el aparato en su
espalda, los tres saltan desde su escondite y se plantan en el medio de la
calle gritando: “¡Alto ahí!”, logrando el efecto que deseaban. Los oficiales y
el científico se asustan un poco al verlos, y aunque la familia se sobresalta
también, no entienden porque es que sus opresores retroceden y apuntan
pavorosos sus armas hacia ustedes tres.
— ¡Suelten a la familia de inmediato o
se las tendrán que ver con nosotros! —Grita Germán, provocando que los
oficiales intercambien miradas, claramente preguntándose en silencio qué harían
ustedes o de qué serían capaces. —Si…—prosigue él—sí, ustedes saben que no
quieren meterse con los de nuestro tipo—dice. ¿Será buena idea insinuarles que no
son de este mundo o algo por el estilo? Por lo pronto parece funcionar, porque
hay un uniformado que está temblando como si le hubiesen tirado un balde de
agua helada encima. — ¡Ahora bajen sus armas, dejen a la familia en paz y
lárguense de aquí o sufrirán consecuencias que ni se pueden imaginar!
El plan parece estar funcionando con la
mayoría de los oficiales, que han retrocedido, soltado a miembros de la familia
o se han entregado a los nervios y se miran entre ellos y luego a ustedes,
ansiosos y con expresiones de pánico en sus rostros. Pero no todo podía ser de
color de rosa. A pesar de que puede verse desde detrás de ustedes que Facundo
esconde algo detrás y por su rostro está dispuesto a usarlo contra ellos –una
actuación merecedora de un posterior aplauso-, hay un uniformado que no se está
tragando el cuento. Es el comandante, el que está a cargo de la situación, de
eso no hay duda, y no le gusta nada lo que ve.
— ¡¿Quién se creen que son para darnos
órdenes a nosotros?! —Grita, y apunta su arma hacia ustedes, con lo que otros
oficiales aun temerosos pero imitando a su superior, hacen lo mismo. — ¡Ustedes
márchense de inmediato de mi vista si no quieren que les llene la cabeza de
agujeros!