Continúan cautelosos, caminando
ahora por las veredas como quien no quiere la cosa. Creen que ver a algún
Kózkoro a lo lejos sería mucho más tranquilizante que el misterioso silencio
que domina ese barrio por el que están pasando, pero sus esperanzas no se
cumplen. Tanta paz se vuelve inquietante, irritante casi, y consideran si todo
eso podría ser una trampa. Justo cuando los barrios de casas comienzan a darle
paso a los edificios más altos y se ven cada vez menos espacios “verdes”, un
grupo de Kózkoros que parece hacer vigilancia les pasa a cien metros de
distancia. Ustedes se refugian en un callejón y los espían, vos aferrado a tu
cuchilla como si se te diera la vida en ello. ¿Realmente estarías dispuesto a
usarla, a clavarla en el pecho de un verde extraterrestre reptil? No te place
pensar mucho en eso, pero sabes que si llega el momento no te va a quedar otra
opción. El grupo pasa, y ustedes se atreven a respirar a pesar de que no les
hacía falta guardar tanto silencio, pero en ese instante escuchan voces detrás
de ustedes.
Se voltean y descubren a un grupo
de Kózkoros que habían aparecido desde una esquina, señalándolos. “¡Corran!”,
grita Facundo, pero ustedes inmediatamente lo hacen sin esperar su orden. A vos
te cuesta más ganar velocidad ya que cargas con el peso adicional de “El
Artefacto Foráneo”, pero te esfuerzas lo más posible para no quedarte atrás.
Sus enemigos rompen todos los vidrios del edificio a su derecha mientras les
disparan, y ustedes solo pueden atinar a protegerse de los estallidos. Doblan
en la siguiente esquina pero es una calle amplia y sin callejones, sin opciones
hacia dónde ir. Crees que están arruinados, pero justo entonces Germán usa su
fierro para abrir la tapa de una alcantarilla que vos no habías visto y se
apresuran a meterse ahí, afortunadamente sin que los Kózkoros se percataran.
Escuchan sus pasos y sus gritos guturales pasando por encima de la tapa y los
tres se miran cuando vuelve el silencio. Una tenue luz verdosa se cola entre
las hendijas de la tapa, pero por lo demás…solo pueden ver que están en un
túnel oscuro y húmedo, asechados por criaturas asesinas. “Cosa de todos los
días, vio”, pensás.
— ¿Creen que tendríamos que volver a salir? —Pregunta Facundo, luego
de verificar que los tres estuvieran bien. Germán, mirando hacia un lado y
otro, le contesta:
—Quizás estaríamos mejor si continuamos por estos túneles. Alguno debe
llevarnos hacia el centro, solo sería cuestión de encontrar el…—comienza, pero
no podes evitar interrumpirlo.
—Es una pésima idea, Germán. No tenemos linternas, ni un mapa…y
estamos en una ciudad diferente a la nuestra. Quién sabe qué cosas pueden andar
por el subterráneo—resaltas. Estás en toda tu razón. Tu amigo reflexiona sobre
tus palabras y también cae en la misma cuenta que vos. Los tres deciden salir,
pero con las armas en mano. Primero espían, y aprovechan que en ese momento no
hay nadie para salir. Te mantienen a vos en el medio ahora, para cuidar que el
aparato no se dañe, y salen a la fuga. Tienen que estar constantemente mirando
para todos lados, a los cuatro puntos cardinales y a los demás también; en alerta
permanente. Por suerte, con ese método logran mantenerse en incógnito a pesar
de la alta vigilancia. Llevan recorrido un largo tramo, y casi sin riesgos, ni
apresurarse. Pero ya están viendo gente: es hora llevar a cabo el plan.