Se quedan
dubitativos solo un segundo más, hasta que tomas del brazo a Germán y, tomando
a la vez la delantera, lo llevas a tu derecha, río arriba. Se hacen paso entre
los arbustos, ramas y árboles, vadeando el afluente con cautela pero prisa,
oyendo gritos, pasos, y movimientos muy cerca suyo. No habían podido distinguir
demasiadas palabras, pero la cercanía de sus emisores pronto deja entender
aquello que se estaban diciendo:
— ¡Por
aquí, se dirigen al acantilado! — Indicó una voz, permitiéndote imaginar un soldado armado
llamando a sus sanguinarios compañeros, no muy lejos de él.
— ¡No
van a poder escapar! —
Le respondió otro. En efecto, a medida que avanzaban y subían por el terreno
inhóspito, el río parecía desplazarse más y más a la izquierda, como si fuera a
virar bruscamente en un punto. Tras unos pasos más, irremediablemente, de nuevo
se encontraban sin saber hacia dónde ir. El afluente se perdía entre más
árboles a su izquierda, pero parecía que podrían seguir por donde venían,
alejándose del agua y metiéndose de nuevo en la espesura del monte. Germán está
tan desconcertado y perdido como vos:
— ¡No
hay que seguir el río, Teo! ¡Por ahí no era! No estoy seguro de que tengamos
que seguir derecho pero al menos creo que el río no había que seguirlo…
—
¿Entonces qué hacemos? —
Le preguntas, para luego agregarle con tono de enfado — ¡No podemos quedarnos parados acá, nos van
a alcanzar en cualquier momento! — Estás enojado con esa versión futura de tu amigo porque se
suponía que él sabía a donde tenían que ir y está igual o más perdido que vos.
Se lo estás por decir cuando te responde rápidamente y es él quien tira de tu
brazo y te guía esta vez:
— ¡Por
aquí, vamos! —Y vuelven a
meterse entre los árboles. Hay más claridad de ese lado, y no está tan tupido
como creías. Logras ver un cielo amplio entre los árboles, directo hacia donde
te diriges, y comprendes eso que había dicho el soldado. Se están acercando a
un acantilado.
Inevitablemente siguen subiendo, porque no pueden darse el
lujo de detenerse a considerar una mejor alternativa. Tienen los enemigos en
los talones, los pueden oír. Repentinamente el bosque termina y un diminuto
claro se extiende ante ustedes. Es el límite del territorio. Abajo, una
horrible caída de quien sabe cuántos metros hasta las rocas besadas por las
olas de un mar picado; alrededor, nada más que un pequeño espacio verde en el
que con suerte entrarían ustedes dos y unos cinco soldados sin amucharse contra
los árboles o caerse por el precipicio, y sabes que hay más que esos. No hay
lugar a donde escapar, volver no es una opción. Están perdidos. ¿O no? Según el
plan, tienen que avisarles a tu yo del futuro y al Germán de tu presente cuándo
estén listos, ¿podrían hacerlo ahora? El tiempo se les acabó antes de siquiera
expresar esa duda. Llegaron los soldados, los apuntan con las armas, son
demasiados. Los acorralan, te hacen retroceder, trastabillar. Volteas, atemorizado,
a mirar hacia el abismo, y el artefacto se te resbala de las manos. Intentas
atraparlo, pero en el intento se te cae…y con él, tu última oportunidad.
FIN.