10 mar 2015

PÁGINA 62


Se quedan dubitativos solo un segundo más, hasta que tomas del brazo a Germán y, tomando a la vez la delantera, lo llevas a tu derecha, río arriba. Se hacen paso entre los arbustos, ramas y árboles, vadeando el afluente con cautela pero prisa, oyendo gritos, pasos, y movimientos muy cerca suyo. No habían podido distinguir demasiadas palabras, pero la cercanía de sus emisores pronto deja entender aquello que se estaban diciendo:

¡Por aquí, se dirigen al acantilado! Indicó una voz, permitiéndote imaginar un soldado armado llamando a sus sanguinarios compañeros, no muy lejos de él.

¡No van a poder escapar! Le respondió otro. En efecto, a medida que avanzaban y subían por el terreno inhóspito, el río parecía desplazarse más y más a la izquierda, como si fuera a virar bruscamente en un punto. Tras unos pasos más, irremediablemente, de nuevo se encontraban sin saber hacia dónde ir. El afluente se perdía entre más árboles a su izquierda, pero parecía que podrían seguir por donde venían, alejándose del agua y metiéndose de nuevo en la espesura del monte. Germán está tan desconcertado y perdido como vos:

¡No hay que seguir el río, Teo! ¡Por ahí no era! No estoy seguro de que tengamos que seguir derecho pero al menos creo que el río no había que seguirlo…

¿Entonces qué hacemos? Le preguntas, para luego agregarle con tono de enfado ¡No podemos quedarnos parados acá, nos van a alcanzar en cualquier momento! Estás enojado con esa versión futura de tu amigo porque se suponía que él sabía a donde tenían que ir y está igual o más perdido que vos. Se lo estás por decir cuando te responde rápidamente y es él quien tira de tu brazo y te guía esta vez:

¡Por aquí, vamos! —Y vuelven a meterse entre los árboles. Hay más claridad de ese lado, y no está tan tupido como creías. Logras ver un cielo amplio entre los árboles, directo hacia donde te diriges, y comprendes eso que había dicho el soldado. Se están acercando a un acantilado.

Inevitablemente siguen subiendo, porque no pueden darse el lujo de detenerse a considerar una mejor alternativa. Tienen los enemigos en los talones, los pueden oír. Repentinamente el bosque termina y un diminuto claro se extiende ante ustedes. Es el límite del territorio. Abajo, una horrible caída de quien sabe cuántos metros hasta las rocas besadas por las olas de un mar picado; alrededor, nada más que un pequeño espacio verde en el que con suerte entrarían ustedes dos y unos cinco soldados sin amucharse contra los árboles o caerse por el precipicio, y sabes que hay más que esos. No hay lugar a donde escapar, volver no es una opción. Están perdidos. ¿O no? Según el plan, tienen que avisarles a tu yo del futuro y al Germán de tu presente cuándo estén listos, ¿podrían hacerlo ahora? El tiempo se les acabó antes de siquiera expresar esa duda. Llegaron los soldados, los apuntan con las armas, son demasiados. Los acorralan, te hacen retroceder, trastabillar. Volteas, atemorizado, a mirar hacia el abismo, y el artefacto se te resbala de las manos. Intentas atraparlo, pero en el intento se te cae…y con él, tu última oportunidad.


FIN.

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