11 abr 2015

PÁGINA 171


...verano, lo notas en el calor que hace. No estás muerto, ni en una base secreta, ni en un armario de escobas, ni en una prisión; estás en una calle que logras reconocer muy fácilmente. Es la cuadra de tu casa, en la esquina, a metros de ella. Estás en el pasado de dónde vinieron las versiones alternas de vos y tu amigo; y es la hora de la siesta, según podés deducir por la posición del sol y el silencio que oyes. No hay nada más placentero que ese silencio, pero es interrumpido por una risa repentina que emerge de tu propio cuerpo. A tu lado está tu yo del pasado y los dos Germán, y ante la cara de tu versión alterna, no podés evitar decirle: —Sorprendido, ¿no?

Pero vos también lo estás. Las cosas ocurrieron de forma diferente. Tu amigo y tu yo del pasado cumplieron con su parte, pero algo falló con la tuya. ¿La oficial había muerto en ese instante repentino en el que se toparon? ¿Puede haberse gatillado accidentalmente? Recordás haber visto sangre en ese fugaz último segundo antes de desaparecerse, pero eso no te responde nada. De haber muerto, cuando los demás militares regresaran a informarle que los resultados de la persecución, se encontrarían con una escena ilógica; y de haber quedado herida, al recuperarse contaría haberte visto a vos y al Germán alterno e irían a buscarlos. ¿Estarían tan a salvo como para festejar como lo estaban haciendo los cuatro en ese momento? Los dos Artefactos Foráneos están a salvo, y los cuatro están con vida, ¿pero qué sucedería cuando vos y tu amigo regresaran a su tiempo y a su casa? Sus padres habían olvidado los últimos eventos transcurridos, ¿les quedaría alguna secuela de eso?

— ¿Y qué van a hacer ahora? —Inquiere entonces tu yo del pasado. Era una muy buena pregunta.

—Después de que pasemos por el hospital a curar a este fortachón—contesta tu amigo, señalándote—vamos a disfrutar de nuestras familias y esperar a que vuelvan las clases—concluye mirándote. Si bien todos ríen sobre ese último comentario, en su rostro la sonrisa flaquea cuando ve lo que seguro debe ser una expresión preocupada instalada en tu semblante. Una vez que le contaras lo sucedido, ¿habría una posibilidad de que arreglaran eso último que pasó para terminar con el problema de una vez por todas?

Cuando las versiones del pasado de ustedes dos se distraen con un perro que los viene a saludar, Germán toma el aparato de tus manos y, sin despedirse, los transporta hacia donde ustedes deberían estar: a casa. Muchas otras preguntas comienzan a surgirte ahora que están solos y todo parece haber terminado aunque no como debería. ¿Qué dirían en el hospital cuando aparecieras con una herida de bala en el hombro? ¿Qué harían con el Artefacto Foráneo? ¿Estarían aún en peligro, a pesar de todos sus intentos? No podés evitar expresarle todas esas inquietudes y rápidamente contarle todo lo sucedido a tu amigo. Él, quién te acompañó a lo largo de toda esa loca aventura y sin el cual no sabes qué habrías hecho; para tu sorpresa, no se ve preocupado. Te da la sensación de que no le tiene más miedo a nada cuando te contesta sonriente:

—Primero hay que curarte, y después ya veremos qué hacer. Un problema a la vez, Teo—finaliza, y te guiña el ojo, haciéndote sentir mejor. Él te pone de pie, y ambos comienzan a caminar por la calle bajo el sol. No sabés qué destino tendrán, pero estarás contento de recorrerlo con él…


FIN.

PORTADA

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CONTRAPORTADA

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