—No, escúchame, escúchame—dijo de repente el señor Montacna,
intentando no perder la paciencia y al mismo tiempo, tranquilizar a Germán y a
la situación en sí. Cuando habló lo hizo con calma, y sus palabras sirvieron
mucho de reflexión. —Ya de por sí, si estas acá sentado en mi sillón en una
casa en el medio de la nada, oculta de los satélites, habiendo recién escapado
de esa organización de la que tanto temes, es porque evidentemente te encontrás
en un gran embrollo…
— ¡Eso es lo que le estoy diciendo! ¡Y usted pretende
solucionar todo empeorándome las cosas!
— ¡No! Escucha de una vez por todas, muchacho, y déjame
hablar. Yo entiendo que te sientas preocupado, que no puedas creer como las
cosas han empeorado tanto de un momento al otro, pero ya está hecho. No hay
forma de reparar esto, de evitar que suceda, porque el meteorito ya calló en tu
casa, ya encontraste el aparato, y ya usaste sus poderes, lo hubieras querido
hacer o no. Los federales se enteraron de que ahora tanto vos como ellos—dice,
señalándote a vos y a Facundo—saben de la existencia de este artefacto, y lo
que es peor, de que esa organización los está buscando, por lo que no hay
vuelta atrás. No te queda otra opción que luchar, porque como bien yo te planteé
y vos te negaste con todos tus buenos motivos, escapar toda la vida de los
federales no es llevar una vida normal ni sana. Así que deberías ir haciéndote
la idea de que ya estás enterrado hasta la frente en este problema, y si yo
quiero tirarte una soga para ayudarte, por más que no te cause la menor gracia,
deberías aceptarla, porque bien si yo los echara de esta casa no los ayudaría
en nada, y lo que es peor, los condenaría, pero podría hacerlo.
Germán se mantuvo en silencio, asimilando todo, y su mirada
desafiante se fue haciendo comprensiva y casi triste, y terminó fijándola en
sus dos pies. Facundo es el primero en hablar:
—Tiene razón…por más que no nos guste o prefiramos otra cosa,
esto es lo que nos ha tocado y no podemos negarnos a probablemente la única
persona que nos podría dar una mano en estos momentos, chicos. Es así—afirmó, y
Germán alzó la vista, ahora con una sonrisa de disculpa, y dijo:
—Sí…perdón. No voy a protestar más…aunque si nos pudiera dar
primero tareas que no incluyan ir a visitar a extraterrestres a pedir su ayuda,
se lo agradecería. —Bromeó, pero para aclarar, agregó luego: “Bueno, es
que…podríamos comenzar por algo más sencillo, ¿no es así?”
—Por supuesto, sí—declaró el señor Montacna con una sonrisa,
y solucionada la discusión, volvió a vigilar los aparatos y presionar un par de
botones. Mientras lo hizo, continuó: —Ya están casi listos los aparatos. Ahora
yo me voy a poder comunicar con ustedes y ustedes conmigo, lo cual será muy
útil porque será una conversación imposible de rastrear o pinchar, y no
correrán algún peligro. Lo primero que hay que hacer es informar a la gente
indicada. En lo que ustedes se preparan yo voy a mandar un mensaje a un par de
contactos, mensajes obviamente en clave, y les voy a avisar que ustedes tres
van a ir a visitarlos. Puede que un par no se tomen la noticia de que los
federales volvieron a las andanzas demasiado bien, pero los ayudarán. El plan
será sencillo, pero tenemos que formularlo antes de que ustedes se vayan, para
evitar que usen el artefacto…